Hay mucha gente que tiene miedo a los insectos, algo que se conoce como entomofobia. En realidad, la inmensa mayoría de ellos son inofensivos para el ser humano y es solo su aspecto, tan distinto al nuestro, el que nos causa esa repulsión. Pero hay que tener en cuenta una cosa, por mucho miedo que nos den, sin ellos no se cumpliría de ninguna forma el circulo ecológico que se necesita en la Tierra. Dicho de otras formas tenemos que convivir con ellos y cuidarlos.
Eso a pesar de que haya algunos de ellos que realmente parezcan salidos de una pesadilla. Es el caso por ejemplo de las llamadas chinches acuáticas gigantes o nipas. Estos insectos llamativos y extraños no tienen nada que ver con lo que llamamos chinches comunes (Cimex lectulariu) que nos pueden picar en una cama mal aseada, y aunque se parezcan, tampoco son cercanas a las cucarachas.
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Las chinches gigantes acuáticas forman en realidad parte del género Lethocerus, que están encuadradas dentro de la familia de los Belostomátidos, donde no están como decimos ni chinches comunes ni cucarachas. Se encuentran repartidas en varias especies, principalmente en América, con una sola especie en Europa, dos en África, dos en Australia y tres en Asia. Es ahí y en concreto en Japón de donde viene un estudio que ha ahondado en su variada dieta. Y decimos variada porque ha confirmado que son capaces de comerse peces, tortugas e incluso serpientes que multiplican por mucho su tamaño.
Para hacerse una idea, las chinches acuáticas más grandes son la Lethocerus maximus y grandis, que pueden superar los 10 centímetros. Su nombre viene porque habitan en estanques y en concreto son habituales en arrozales, de ahí que en Japón y Asia sean bastante comunes.
El investigador Shin-ya Ohba, de la Universidad de Nagasaki, es el principal autor de un estudio que ha documentado durante varios años su dieta. Y sí, comen de todo. «Son unos insectos que cazan de forma paciente», esperando bajo el agua donde respiran a partir de una especie de snorkle y cuando se acerca una presa la atrapan, «a menudo sin preocuparse por su tamaño, enganchándola con sus patas», cuenta en el estudio.
Después estos bichos tan adorables inyectan un probóscide, como una especie de trompa afilada, con la que empiezan a absorber a sus presas desde el interior. Su comida puede durar horas, un tiempo en el que alguno de sus presas siguen con vida mientras les inyecta a la vez algún tipo de toxina que aún se está investigando.
En el vídeo de arriba se puede ver a una Lethocerus deyrollei (que en algunas revisiones se llama ahora Kirkaldyia deyrollei, al considerar que forma un género propio), cazando varias presas, entre ellas una rana o una serpiente. Todo ello con la voz de un narrador nipón que le pone mucho énfasis.
Como decimos, estos insectos tampoco son un peligro para el ser humano a pesar de su aspecto. De hecho, en Japón cumplen un papel primordial para regular la fauna en los arrozales, y en otros países de Asia también se han consumido históricamente como alimento. Ñam.
Imagen vía Shin-ya Ohba
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